Vestir y yacer en las profundidades


Vestir para morir. Disponerse para la ceremonia, implica igualmente un escenario y actores. El drama está en el suelo intestinal del ser humano donde las mismas bacterias cobran vida: disponerse a la muerte, con todo el concierto de las colonias celulares y bacterianas dentro de sí, es como la tensión armónica o disonante que conjuga los elementos orgánicos del cuerpo hacia una teleología sublime.


En una poética del suicidio, vestirse es el elemento con lo que uno se abraza hacia afuera. Creo que un caso particular es «Oyster» Dress de Alexander MacQueen (organza de seda, georgette y chiffon, colección Irere, primavera/verano, 2003). Pero esto no podría hacerse evidente sin el video en el que la mujer-ostra baja a las profundidades del abismo. ¿Por qué ella baja, después de nadar, aunque no en la superficie? En el carácter estetico de esta breve representación dramática, es algo más que una porción de la historia completa que la colección pretende represesntar («the story of a shipwreck at sea and the subsequent landfall in the Amazon, and it was peopled with pirates, conquistadors, and Amazonian Indians», a decir de Andrew Bolton).


Acaso, más como algo que yace intermitente -y que puede verse desde su propio ambiente dentro del agua-. Un cadáver: no sólo un ser vivo que nada, sino que desciende estéticamente. «He wanted this idea of it—was almost like she drowned—» dice Sarah Burton. Ese «almost» como sugerencia no es más que la metonimia de aquello que se enuncia con certeza. Bajar a la zona del olvido (Lacan habla de la incertidumbre en el suicidio de Ofelia, que yace melancólicamente, bajo el agua, pero a diferencia de ser un espectador que, precisamente, accede a la melancolía porque se encuentra en la frontera que le divide de la profundidad del agua, de lo otro desconocido, aquí estamos dentro: vemos y acompañamos el descenso).


Esto quiere decir que el vestido fue concebido para lucirse -digamos- debajo del agua, con alguien descendiendo hacia las profundidades. El vestido acompaña la entrega propia hacia la muerte. No es que el agua sea un solamente ambiente adecuado para el vestido, sino que el vestido sólo podría portarse totalemente ahí, en descenso.


La ostra es ella misma un molusco que crece encerrado; volver al fondo del mar de esta manera, es hallar la casa donde se quiere residir, finalmente, como Butes, de quien Pascal Quignard asegura que, representado en el dorso de un sarcófago en el museo de Paestum, «uno se queda estupefacto en el rincón de la cueva, detrás de la escalera, en la sombra y el frescor, ante la determinación que aparenta ese pequeño cuerpo desnudo, limpio, sexuado, sombrío, cuando se lanza al mar Tirreno y a la muerte» (Butes).



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