# Como haciendo heridas Después de la mirada romántica heredada por los diletantes de lo cultural y las instituciones, escribir no sólo es un oficio; pienso que siempre tiene ese carácter de estar jugándose el sentido (en términos generales) y el propósito mismo de la escritura. Escribir por esa obligación propia de quien trabaja de ello (periódicos, editoriales, revistas) es la moneda común de lo literario. Tampoco digo que exista una «sublimación» de la escritura pero sí que tiene un rostro intimista, siniestro hacia sí y hacia quien escribe. En otras palabras: escribir como haciendo heridas. Marcarse como tiempo, como dificultad. Un juego en el que el sentido como tal está implicado en una apuesta por su propia destrucción. El oficio es necesario pero parece evidente que se trata del aspecto técnico, lo cual lleva tan sólo al desencanto. Técnica de la escritura es lo que distingue al experto o la experta. Un poema, por ejemplo, como esos tanka de la corte culta del Japón anterior al shogunato, decandente. Esto es lo técnico. Pero el poema andante, el poema que destruye su sentido prescindiendo o revitalizando la técnica (un pasaje, no más) puede ofrecer algo más allá de la potencia barroca. Algo así como esos haiku desagradables (a su generación) de Taboku. Algo que tiene como disfraz la técnica pero es brebaje de lo posible...